Pazko Igandea

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Pazko Igandea

Artzain Ona katedrala

On Fernando Prado Gotzainaren homilia

2025/04/20

Piztu da Kristo! Aleluia. Pazko Zoriontsu, anai-arreba maiteok.

Al preparar esta homilía, en esta mañana de Pascua, lo primero que me ha venido a la mente y al corazón es una poesía, un canto lleno de esperanza, compuesto por Luis Elizalde, un hermano mío claretiano, sacerdote en nuestra diócesis. Lo compuso, me dijo una vez, para preparar la misa del funeral de su padre. Un funeral, quería él, que tuviera mucho sabor de Resurrección.

Os la recito, casi de memoria:

¡Qué mañana de luz recién amanecida!
Resucitó Jesús y nos llama a la vida.

Despertad, es hora de nacer,

es hora de vivir la vida nueva,

la gracia del Señor.

¡No lloréis!, en la boca un cantar

y un puesto para el gozo y la esperanza

en cada corazón.

Caminad al viento de la fe

sembrando de ilusión vuestro sendero:

viviendo del amor.

No temáis, que Cristo nos salvó;

la muerte ya no hiere a sus amigos.

¡Jesús resucitó!

Este mensaje de Esperanza es el que quiero repetiros en esta mañana del Domingo de Pascua. En medio de un año Jubilar en el que se nos invita a ser Peregrinos de Esperanza, la luz de la Resurrección, el motivo y la causa verdadera de nuestra esperanza, quiere iluminar nuestra vida.

Celebrábamos ayer por la noche una preciosa vigilia, en la que fuimos pasando de las tinieblas a la Luz. El Cirio Pascual, que ya nos preside, signo de Cristo Resucitado, permanecerá encendido extendiendo esta noticia de la resurrección hasta pentecostés. Después, este Cirio lo prenderemos cada vez que celebremos un bautismo o un funeral, simbolizando la luz de la vida nueva que el Señor nos ofrece en el bautismo y la vida nueva a la que estamos llamados eternamente junto a Él. Es el gran símbolo de la Pascua. Un signo que nos invita a la fe y a la Esperanza.

Somos peregrinos de la Esperanza. Itxaropenean erromes. Esta esperanza se nos ha dado como un don, como un regalo, gracias al cual podemos afrontar la vida con confianza, con la gozosa confianza de saber que nuestra vida está en manos de Dios. El Señor nos ha regalado a los creyentes este inmerecido don que es para nosotros una certeza misteriosa, pero que sentimos real en nuestra vida.

Sabemos que nuestra Esperanza no nace de un optimismo ingenuo, sino de este regalo que Dios nos ha dado y que nos permite ver el mundo a la Luz de la Resurrección de Cristo. Es lo que nos permite, como creyentes, decir, aun en medio de las dificultades de la vida, aquellas mismas palabras del salmista: Aunque camine por cañadas oscuras… aunque las cosas no vayan como yo quisiera, Señor, nada temo, porque tú vas conmigo. Es la fe que reconoce a Cristo Resucitado como buen pastor. El optimista dice: todo saldrá bien. El creyente dice aparentemente lo mismo, pero de una manera bien diferente: todo saldrá bien, porque tú vas conmigo. Y así, aunque las cosas no sean como me gustaría quizá que fueran, o no salgan como yo espero, lo que me importa es saber que tú vas siempre conmigo y no me abandonas nunca de tu mano. No temáis, decía ese canto que os he compartido. No temáis, que Cristo nos salvó, la muerte ya no hiere a sus amigos…

Esa Esperanza se sostiene no en nuestras fuerzas, sino en la gracia de Dios, que nos ayuda a aceptar y a asentir en lo profundo de nuestro corazón a sus promesas. Él nos ha regalado ese don que para nosotros es una certeza, una seguridad que nos permite vivir la gracia de una vida nueva y diferente. Es el don de asentir, como digo, con el corazón a su promesa, esa que como el buen amigo nos susurra y nos repite: «No tengáis miedo. Yo estoy siempre con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo».

Ese es el mensaje de la Resurrección. Decir que Cristo ha resucitado es decir que está vivo, por su promesa, y hay un puesto para el gozo y la Esperanza en cada corazón.

Y de aquí se deriva todo lo demás. Sabernos agraciados y elegidos para custodiar esa promesa, cambia nuestra vida. No podemos sino convertirnos, de alguna manera, cada cual a la suya, en misioneros. Hemos de contárselo a los demás, como aquella mujer María Magdalena que sobresaltó a los discípulos. En la lectura de los hechos de los Apóstoles hemos escuchado cómo Pedro decía: «Nosotros somos testigos».

¡Cuánta gente no sabe que Cristo ha resucitado!¡A cuánta gente no le ha llegado esta noticia al Corazón! ¡Llevémosela! Llevémosla cada uno, de corazón a corazón, viviendo como criaturas nuevas. Que sea nuestra vida de resucitados la que sostenga nuestras pobres y torpes palabras. El mensaje de la resurrección y de la Esperanza necesita vidas que lo sostengan. Necesita de nuestro testimonio vital. Necesita que digamos al mundo de hoy, con la vida, aquello que nace de un corazón convencido capaz de decir: Tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor».

Feliz Pascua, hermanos y hermanas. Pazko zoriontsu. Sigamos viviendo el año Jubilar y dejemos que esta gran noticia de la resurrección sea la que de verdad nos renueve en la esperanza y nos llene de alegría.