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Larunbat Santua / Pazko Bijilia

Larunbat Santua / Pazko Bijilia

Larunbat Santua: Itxaronaldia isiltasunean
Larunbat Santua isiltasun eta gogoeta eguna da; Eliza berpizkundearen zain dago. Jesusen heriotzaren misterioa ikusi, eta, berak, heriotza garaitu duela prestatzeko unea da.
Pazko Bijilia: Kristo Berpiztuaren Argia
Pazko Bijilia larunbat Santu gauean ospatzen da; Pazko Hirurrenaren unerik alai eta itxaropentsuena da. Jesusen berpiztea ospatzeko, Pazko Kandela piztuko dugu, Kristoren sinboloa, munduaren argia, bekatuaren eta heriotzaren iluntasuna uxatzen duena.
Gaur, gainera, Artzain Onaren katedralak ospakizun berezia aterpetu du; 14 pertsona helduk, hiru sakramentuak jaso dituzte: bataioa, sendotza eta jaunartzea. Zorionak guztioi!

VIGILIA PASCUAL

Homilía

Catedral Buen Pastor (Donostia)

19 de abril de 2025

 

 

Queridos hermanos y hermanas.

En esta noche Santa, la luz de Cristo, representada en el Cirio Pascual es protagonista entre nuestros símbolos. Ela ilumina lo que estamos celebrando. Celebramos hoy que a la luz de Cristo, todo toma una nueva luz. Es la luz de la fe. Una fe que hace que toda noche pueda ser clara como el día. La liturgia que estamos celebrando nos lleva en ese sentido. Dejémonos llevar por los sentidos. Disfrutemos de lo que estamos celebrando y contemplando. Disfrutemos con la vista y con el oído de las palabras que escuchamos y de los símbolos que contemplamos y que la Iglesia nos ofrece en esta preciosa vigilia. Dejemos que la celebración de la Pascua renueve en nosotros la fe y fortalezca nuestra esperanza.

Hemos bendecido el fuego y el Cirio pascual. Así hemos hemos comenzado esta vigilia, a oscuras. Guiados por la Luz de Cristo hemos ido pasando simbólicamente, de las tinieblas a la luz. La luz de Cristo se nos ofrece como luz de una vida nueva. Es lo que vamos a simbolizar también en los bautismos que vamos a celebrar en esta vigilia: cómo, a la luz de Cristo, somos criaturas nuevas, nacemos a una nueva forma de vivir.

 

Hemos recorrido la historia de la Salvación a través de las lecturas. Hemos ido escuchando y contemplando cómo la luz de Cristo va abriéndose camino y dejando atrás la noche. Acompañados por el Señor, hemos recorrido un camino hacia la vida nueva que se nos ofrece en Cristo. Desde el Génesis, en que hemos visto cómo siendo de noche “Dios crea el mundo”, pasando por el Éxodo, en el que se nos recuerda que ese mismo Dios creador es el que libró a Israel con mano fuerte. La salvación se nos anuncia de noche. También el nacimiento de Cristo y su resurrección fueron de noche. Hemos escuchado la voz de los profetas que nos anuncian la promesa de una nueva vida: «os daré un corazón nuevo», nos ha dicho Ezequiel… y nos lo ha recordado San Pablo en la epístola, cuando nos ha dicho que «los que hemos sido bautizados en Cristo somos criaturas nuevas». Sí, la fe ilumina nuestra vida y hace que dejemos atrás al hombre viejo, a la mujer vieja y nos introduce en un modo nuevo de vivir. Toda la liturgia de hoy nos habla de ese paso de la noche al día. De la desesperanza, a la esperanza de algo nuevo. Así, las lecturas nos han guiado hasta el anuncio en el Evangelio proclamado de la gloriosa resurrección del Señor que aquellas mujeres temerosas escucharon.

Todo el camino recorrido durante esta noche, a través de siglos de promesas que nacen del Corazón de Dios culminan con una recriminación y un anuncio.

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» «No está aquí, ha resucitado». La regañina quiere corregir y enderezar nuestro error. El anuncio reencauzar nuestra vida. Aquellas mujeres viven un momento de desconcierto y temor. El desconcierto siempre nos desorienta, el temor nos paraliza. Las mujeres miran hacia abajo, como recogiéndose sobre sí mismas. No se atreven a levantar la mirada, a mirar más allá, a mirar al horizonte.

Pero… además de la recriminación y del anuncio, aquellos hombres con vestiduras deslumbrantes les hacen una invitación: «Recordad lo que Él os dijo». Una invitación a refrescar esa «memoria» de la que hablábamos el día de Jueves Santo. Una invitación a volver sobre sí mismas y a volver a entrar en su corazón. Y así lo hicieron. «Y recordaron sus palabras». Entraron nuevamente en su corazón, volvieron a re- cordar, a pasar por el corazón sus promesas. La memoria les ilumina el acontecimiento y su corazón se dilata: recuperan la alegría, se sienten nuevamente amadas y elegidas. No pueden sino correr y anunciarlo. Los sentimientos son tan fuertes que aquello a los discípulos les parece un delirio y no pueden creerlas.

¡Qué bello relato, el de Lucas! Fijaos en Pedro. Pedro, en medio del aparente delirio y en medio de la incredulidad de todos, no se resiste. Su corazón necesita recibir esa noticia personalmente. No se deja enredar por la algarabía y el ‘guirigay’ que se había montado. Va al sepulcro corriendo y vuelve admirado a su casa. Su vida, ya no sería jamás lo mismo. Se deja llevar por el anuncio y se abre a lo que todavía no entiende, fiado de la promesa del Señor.

 

Esta noche, al escuchar este delirante anuncio, es válido para nosotros el reproche. «Por qué buscas entre los muertos al que está vivo?» Quizá en nosotros haya una cierta tendencia a caer en la desesperanza, una suerte de impulso que nos lleva a preguntarnos por las dificultades y los obstáculos que nos impiden pensar más allá. Una inclinación a preferir creer que la piedra está fija y nadie la vaya a mover. A veces, en nuestra vida personal y en la sociedad en que vivimos pareciera que los fracasos se acumulan y vamos como acostumbrándonos a vivir entre los sepulcros. Como si fuera ley de vida llegamos a creer y decimos: es lo que hay. No cabe la novedad de un anuncio como este. Clausuramos la posibilidad. Nos suena a delirio fiarnos de las promesas. Nuestro corazón se ve tentado de volver sobre nuestros pasos, como el pueblo de Israel a las puertas del Mar Rojo y de su liberación: «Mejor es seguir sirviendo a los egipcios que morir en el desierto». Cuando nos sucede esto, es que estamos en verdad como enfermos. Enfermos de desesperanza. Esa que nubla de nuestro corazón la promesa del Señor. Hermanos y hermanas, somos gente de Pascua. Somos creyentes. No somos gente de sepulcros. Necesitamos volver a escuchar la buena noticia: Ha resucitado.

 

El reproche nos depierta la memoria, nos acerca la fuerza de la promesa. Necesitamos recordar la fuerza de las palabras de Jesús: “Yo estoy con vosotros, siempre, todos los días hasta el fin del mundo”.

Hoy celebramos que la luz vuelve a triunfar en esas noches nuestras, noches de miedo, de tentación y de prueba, noches en que no acertamos a vivir la esperanza. Celebramos que el Señor sigue velando por nosotros como aquella noche a punto de entrar en el Mar Rojo. El Señor sigue diciéndonos: ¡no tengas miedo! Ante los sepulcros de la vida, fíjate bien: la piedra está corrida. Olvídate de ella para siempre.

 

Pidamos al Señor en esta noche santa que nos haga oír nuevamente con las entendederas del corazón esa espoleante recriminación, que nos haga recuperar la memoria de la promesa. Y que, en medio del desconcierto y el temor, se nos regale la alegría de la Esperanza; esa que no defrauda. Esa que es como un Ancla a cuya soga nos agarramos para no desorientarnos ni camina a la deriva en medio de tanta desesperanza, tanto pesimismo. Agarrados a esa soga de la esperanza, confiados en la promesa, vayamos adelante. Pidamos al Señor en esta noche que nos sacuda toda resignación y que el Espíritu nos abra a la admiración y al estupor de esa noticia: Ha resucitado. y que, aun siendo un aparente delirio, nos  hace  volver  sobre  nosotros  mismos  como  Pedro, “admirados por lo sucedido”. Pidamos al Señor en esta noche que nos saque de la resignación y de los cementerios, y que el Espíritu nos abra a la admiración y al estupor del encuentro, que nos susurre que el Señor ha resucitado. No temas, soy yo.

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