«Carlo Acutis: Eucaristía celebrada, adorada… y vivida» (Mensaje del Obispo)
Por Mons. Fernando Prado Ayuso, CMF
Obispo de San Sebastián
En la vida de los santos descubrimos siempre caminos luminosos que pueden inspirar a los cristianos de hoy, y muy especialmente a los jóvenes. Carlo Acutis, aquel adolescente milanés fallecido en 2006 a los quince años se ha convertido ya en un faro para esta generación. Su vida breve, sencilla y profundamente unida a Dios nos recuerda que el corazón de la existencia cristiana late y se nutre en torno a la Eucaristía. El título de este breve escrito —“Eucaristía celebrada, adorada… y vivida”— quiere ser una propuesta breve y sencilla que nos ayude a recorrer su mismo camino espiritual. Podría ser para todos, especialmente para vosotros, jóvenes, un verdadero programa de vida.
Con motivo de la peregrinación diocesana a Roma para el Jubileo de la Juventud, un par de días después de terminado el encuentro visité Asís y pude conocer de primera mano la vida del nuevo santo. Tuve oportunidad también de orar ante su cuerpo, que yace para siempre vestido con sudadera, vaqueros y zapatillas de deporte, pero, sobre todo, con una joven y tan serena como bella sonrisa. En medio del Jubileo de la Esperanza, he sido testigo en estos días de verano de cómo está brotando una nueva esperanza para los jóvenes y para la Iglesia. Carlo Acutis es una luz más, una inspiración sencilla pero potente a la vez, una estrella que aparece como guía de futuro en nuestro camino como “peregrinos de Esperanza”.
La Eucaristía «celebrada»
Carlo no se conformaba con «ser un buen chico»: comprendió muy pronto que la Misa era algo central y nuclear para quienes quieren vivir una vida «en cristiano». De ahí recibía él una fuerza especial, como una vitamina para su vivir. «La Eucaristía es mi autopista hacia el cielo», solía decir. En un tiempo en que muchos cristianos se dejan llevar por la costumbre o por la indiferencia, Carlo nos recuerda desde su ser tan joven la belleza y la importancia de celebrar la Eucaristía. Él sentía que sin la Eucaristía, la fe se iba debilitando poco a poco, hasta desvanecerse. De hecho, Carlo, San Carlo —mejor dicho—, tenía la costumbre, quizá extraña para un joven de su edad, de ir todos los días a misa. Era su manera de «estar siempre unido a Jesús», como decía él. «Ese es mi único programa de vida». Así lo hizo ver desde que hizo su primera comunión con siete años. Para él, el domingo era, además, un día todavía más especial. No era un día cualquiera, sino el día más importante de la semana, pues en ese día la Iglesia entera se reúne para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la victoria de Cristo sobre la muerte. Él quería participar de esto, aunque quizá no entendiera del todo muchas cosas de la propia liturgia. Por cierto, en su diócesis de Milán la Eucaristía se celebra bajo el llamado ‘rito Ambrosiano’, que es un poco diferente a nuestro ‘rito Romano’.
Muchas veces, cuando predico en la misa, sobre todo en la Eucaristía dominical, me gusta decir a los presentes que cuando celebramos juntos la fe, se produce un pequeño milagro. Un verdadero «milagro eucarístico». Cuando celebramos la fe juntos, la fe de cada uno se ve fortalecida. Ese es el gran milagro. La Eucaristía celebrada con los hermanos, reunidos todos entorno al altar de Jesús, fortalece nuestra vida creyente. Nos une más a él y nos une más entre nosotros. La Eucaristía celebrada nos hace más fuertes, más creyentes, imprime en nosotros la alegría de sabernos hijos y hermanos de los demás, nos ayuda a ser mejores, a orientar mejor nuestra vida según su Palabra y a hacer de nuestra vida un compromiso por hacer de este un mundo mejor. Celebrar la Eucaristía ¡nos hace tanto bien…!
Quisiera invitaros, especialmente a los jóvenes, a descubrir en la participación de la Eucaristía, sobre todo en la dominical, ese momento vital tan especial para vuestra vida. Así lo vivía San Carlo. No se trata solo de «cumplir» con un precepto, sino de encontrarse con el Señor resucitado que se nos da como alimento para el camino, fortalece nuestra amistad con Él y nuestra comunión con los demás. La fe no se puede vivir en solitario. La misa dominical nos reúne, nos hace familia, nos convierte en Iglesia, crea armonía y una gran comunión entre nosotros, a pesar de ser tan diferentes.
La Eucaristía «adorada»
El joven Carlo cultivaba una intensa relación con Jesús sacramentado. Dedicaba largos ratos a la adoración ante el Santísimo. A veces lo hacía ante la custodia; otras veces le gustaba visitar y orar un rato ante los sagrarios de las iglesias. Le gustaba visitar al Señor, sentirse siembre cerca de él. Así, ante el Señor presente sacramentalmente, aprendió a amar, a discernir, a ofrecer sus pequeños y grandes sacrificios, a sentirse especial ante el Amigo. La cercanía constante con el Señor fue transformando su vida, hasta el punto de que en él creció una actitud profunda en la que él se empeñó conscientemente. Su madre es testigo de lo que Carlo decía en sus últimos días: «Estoy feliz. Muero, pero he vivido sin perder ni un minuto en aquello que pudiera desagradar a Dios».
Sabemos que la adoración es la prolongación de la celebración: si en la santa Misa acogemos al Señor, en la adoración permanecemos con Él, como un amigo permanece con otro amigo, sabiendo que su amistad es siempre benéfica para nosotros. Le gustaba decir a Carlo que «cuando nos ponemos al sol nos bronceamos, pero que cuando nos ponemos ante el Señor en la Eucaristía, nos convertimos en santos» Pero no se entiende lo segundo sin lo primero. «Celebrar la Eucaristía no es un mero rito, es una cita real con Jesús. Cuanto más recibamos la Eucaristía, más semejantes a Jesús nos hacemos». ¡Qué contradicción tan grande sería adorar a Jesús sacramentado pero no ir a misa a recibirlo! San Carlo, aprendió «de rodillas» ante el Señor que cada uno es único y especial a sus ojos. «Nacemos originales, aunque algunos mueren como fotocopias», se lamentaba Carlo al ver que no todos comprendían que a los ojos de Dios todos tenemos un nombre propio y un lugar importante en su corazón. Por eso, el fallecido papa Francisco, que primero lo hizo beato y que debido a su fallecimiento no pudo presidir la ceremonia de su Canonización, decía que también en la Iglesia, como en el corazón de Cristo, todos tenemos un lugar. Y ese es el Kerigma, la Buena Noticia que todos los hombres y mujeres de este mundo esperan escuchar en fondo de su corazón. Todos somos amados por Dios, más allá de toda circunstancia, o incluso más aún si somos débiles y pecadores. Así lo vivía el joven Carlo, con una intensidad que hasta los demás lo notaban. Y decía: «No yo, sino Dios. Sin él no puedo hacer nada».
Hoy, cuando la prisa y la dispersión llenan nuestra vida, la adoración eucarística es como un oasis. Cuando uno se pone ante el santísimo, ante la presencia sacramental y real de Cristo en el sagrario, o ante el Señor expuesto en la custodia, no se trata de hacer muchas cosas, sino de estar, de mirar y dejarse mirar, de aprender el lenguaje silencioso del amor. San Carlo descubrió que de ese «estar» brota una fuerza transformadora para afrontar las pruebas, los estudios, las amistades, los fracasos, incluso en su caso, finalmente, la enfermedad que lo llevó a la muerte.
La Eucaristía «vivida»
Pero el joven Carlo no se quedó en la celebración ni en la adoración. ¡Y apenas tenía quince años! La Eucaristía lo impulsaba a salir de sí mismo. La amistad con Cristo le llevaba a preocuparse por los demás. Sobre todo, tuvo una sensibilidad especial hacia los pobres que encontraba en las calles, aunque también defendía a los compañeros más débiles en el colegio. Carlo utilizaba sus conocimientos de informática para hablar de Jesús y mostrar al mundo la belleza de algo que era más que una afición por los «milagros eucarísticos». No solo ayudaba en la catequesis parroquial, sino que era un verdadero evangelizador a través de internet y, sobre todo, con el testimonio sencillo y alegre de su joven vida.
Aquí está la clave: la Santa Misa no se acaba en el «podéis ir en paz». Es ahí, precisamente, donde comienza todo. Comienza entonces la misión. Lo que hemos celebrado, lo llevamos a la oración, a la adoración. Y desde ahí, como consecuencia, nos lleva con naturalidad a vivirlo en la vida concreta: en casa, en el estudio, en la amistad, en la entrega generosa a los demás. La Eucaristía nos fortalece, nos compromete en el camino de la caridad y nos impulsa a realizar obras de amor y misericordia, como a Carlo. Así nuestra vida se convierte en un testimonio real, tan real como lo es su presencia sacramental. Los demás son capaces de ver en nosotros que lo que celebramos y adoramos nos lo creemos de verdad, porque lo vivimos. Carlo, aunque era solo un chaval de quince años, comprendió a su medida y con su madurez que ser cristiano no es una mera teoría, sino una práctica de amor. Su madre daba también testimonio de algo que Carlo solía decir cuando hablaba de hacer el bien y de ayudar a los pobres: «Calcuta no está lejos. La tienes debajo de casa». Se refería a esa ciudad de Calcuta en la India en la que la Madre Teresa nació a aquella «vocación dentro de la vocación» de servir a los más pobres de entre los pobres.
Un modelo cercano para todos
Queridos jóvenes, San Carlo era un joven como vosotros: tenía amigos, jugaba, se divertía, estudiaba, amaba la música, el deporte y las tecnologías. No vivía en un convento, sino en la escuela y en la familia, como cualquiera de nosotros. Y en medio de esa vida normal, con tan solo quince años, supo descubrir lo esencial: que Cristo está vivo. Sí, ¡Él vive! Él puede ser para vosotros, como lo fue para el joven Carlo, un íntimo compañero de camino. Os invito a encontrar en el nuevo santo un amigo, un ejemplo que hace ver que la santidad no está reservada a unos pocos, sino que es la vocación de todos. Uno puede ser agradable a los ojos de Dios sin hacer cosas tan extraordinarias. Basta con sentirse cerca de Jesús, de buscarlo, de dejarse acompañar por su amistad y caminar por sus caminos. Y eso se puede hacer siempre, con quince o con ochenta años.
A partir de ahora, ya podemos rezar a este nuevo santo con la seguridad que nos da la fe de la Iglesia. Tenemos en el cielo un nuevo mediador, un intercesor eficaz, como lo es para nosotros Santa Teresa de Calcuta o San Ignacio de Loyola. Pidamos al Señor, desde la fe, que San Carlo Acutis interceda por nosotros, para que cada Eucaristía celebrada y adorada vaya transformando nuestras vidas y, a través de nosotros, el mundo se vea transformado en un lugar donde reinen esa paz y ese amor que tanto necesitamos. San Carlo Acutis…, ora pro nobis.
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