Blog

Cristina Gabirondo, misionera en Kenia: “Lo importante es no quedarse indiferente”

Cristina Gabirondo, misionera en Kenia: “Lo importante es no quedarse indiferente”

Entrevista a Cristina Gabirondo, misionera en Kaikor (Turkana, Kenia)

Cristina Gabirondo tiene 26 años y este verano ha vivido un mes en Kaikor, en la región de Turkana (Kenia), compartiendo la vida y la misión de las Hermanas Marianitas, y donde ha pasado del verdor de la naturaleza de Zizurkil a los tonos cálidos de Turkana, donde el viento levanta polvo y las jornadas se miden más por la búsqueda de alimento que por el reloj. Cristina ha contemplado de cerca una realidad dura, marcada por la pobreza y la fragilidad de la vida cotidiana, pero no ha ido como mera observadora, sino con una vocación misionera clara: ser presencia, escucha y cariño allí donde parece que falta casi todo.

En esta entrevista, realizada por Ivan Benko y emitida en El Espejo de Gipuzkoa (COPE), Cristina comparte cómo esta experiencia le ha “recolocado por dentro”, qué ha descubierto sobre la fe y la misión, cómo ha aprendido la fuerza de educar desde el cariño y por qué siente que en Kaikor “estaba donde quería estar”.

Sus palabras son una invitación a mirar de frente la realidad de la pobreza, a no quedarse indiferentes y a descubrir que la misión también se construye desde aquí.

Cristina, tú conoces tanto Zizurkil como Turkana. En ambos lugares hay personas con sus vidas, sus historias… ¿En qué dirías que se parecen las personas de ambos sitios y en qué se diferencian?

En las similitudes, diría que los dos son lugares pequeños, con poca gente, y eso hace que nos conozcamos casi todos. Hay cercanía, nos interesamos los unos por los otros, hay comunidad.

En cuanto a las diferencias, en un sitio como Turkana la vida gira en torno a necesidades muy básicas, como comer o beber. La vida de muchas familias se centra en buscar comida para ese día, y ya se verá qué pasa al siguiente. Eso hace que muchas veces no quede espacio para necesidades más “avanzadas”, como puede ser el cariño o el cuidado emocional. Y eso se nota, por ejemplo, en el trato que se da a los niños o a los ancianos.

Hablando de niños y ancianos, ¿qué es lo que más te ha llamado la atención en ellos?

Me he dado cuenta de que los niños son niños en todos los sitios. Ríen igual, juegan igual, se enfadan igual, buscan atención igual… Diría que en los niños la esencia es la misma, pero lo que cambia es el contexto.

Con los ancianos no he tenido tanto contacto, porque yo estaba sobre todo centrada en los niños. Pero sí me llamaba la atención que todos parecían más mayores de lo que eran en realidad, por la dureza de la vida. Así que tampoco sabría decirte si había muchos ancianos o pocos, porque la edad “aparente” engañaba mucho.

Tú eres una chica del llamado Primer Mundo, donde vivimos muy cómodos, con prácticamente todas las necesidades cubiertas. De repente llegas a un lugar donde la gente puede estar hasta dos días sin comer. Eso tiene que impactar. ¿Cómo fue para ti ese choque?

Te recoloca por dentro. Lo típico que siempre oímos de “cuánto tenemos y qué poco lo valoramos” cobra otra dimensión. Aquí nos quejamos por cosas que allí serían un lujo.

En cosas muy concretas lo notaba muchísimo. Por ejemplo, ver a los niños rascar el plato con las uñas para comérselo absolutamente todo, para que no quedara ni una miga, porque siempre tienen hambre. O cómo todas las mañanas una madre venía a casa y miraba el platito de la comida de los gatos por si había sobrado algo. Esas escenas se te quedan grabadas.

Yo creo que a muchos nos daría un golpe de realidad muy fuerte. Sabemos que el mundo es duro, pero otra cosa es verlo tan de cerca. Y desde tu fe, ¿cómo lo viviste? ¿Te removió también por dentro en ese sentido?

Sí, claro. Evidentemente te surge la pregunta: “¿Y Dios aquí dónde está?”. Muchas veces decimos eso de “hay que rezar para paliar la pobreza”, y es fácil quedarse solo en eso: yo rezo y Dios hará. Pero allí me di cuenta de que al final somos nosotros sus instrumentos: sus ojos para ver y sus manos para hacer. La oración es importante, pero no puede ser una excusa para no implicarnos.

Y hablando de manos que se implican, ahí están las Hermanas Marianitas, la congregación con la que tú has estado en Kaikor. ¿Qué cosas hacen en su misión allí?

Su labor se centra sobre todo en las necesidades de nutrición, salud y educación. Tienen 13 guarderías (una especie de colegios de educación infantil) y un colegio de primaria. Ofrecen atención sanitaria con una clínica móvil, construyen pozos, hacen huertas… También trabajan mucho con la mujer, porque la situación de la mujer allí es muy dura.

Además, realizan una tarea importante de evangelización con distintos grupos de catequesis. A medida que los jóvenes crecen, se les ofrece la posibilidad de formarse también como catequistas, si ellos quieren serlo en un futuro.

Y, aparte de todo eso, tienen un hogar con 14 niños que, durante mi estancia, se convirtieron en el centro de todo para mí.

Has mencionado la clínica móvil, los colegios, los proyectos… En todo ese “puzle”, ¿tú dónde encajabas? ¿En qué te has volcado especialmente?

Creo que mi mayor aporte ha sido estar presente. Durante mi estancia, esos 14 niños se convirtieron en mi objetivo principal. Intentaba estar disponible para cualquier necesidad que tuvieran: jugar con ellos, hacer actividades, ayudarles a formarse, darles catequesis… Al final, estar, escuchar, acompañar, que también es muy importante.

¿Sientes que les has aportado algo de ti?

Sí, creo que sí. Y al mismo tiempo he aprendido mucho sobre la importancia de la educación a través del cariño. Allí, muchas veces, la manera de educar es muy dura con los niños, y a mí se me hacía difícil verlo. Eso me ha hecho valorar mucho más una educación que pase por el cariño y la ternura, sin dejar de ser firme, pero no desde el miedo.

En nuestra sociedad occidental, después del Me Too, se habla mucho de igualdad entre hombres y mujeres. Tú ya has comentado que en Turkana la situación de la mujer es difícil. ¿Cómo es exactamente? ¿Por qué?

Allí se da mucho el matrimonio infantil. En teoría, cada familia tiene que elegir a una niña para casarla, y esa niña no va a ir al colegio. Puede ir a las guarderías o a la educación infantil, pero no llega a primaria.

A muchos hombres no les gusta que las mujeres vayan al cole, porque la educación te abre la mente. Una mujer formada podría tomar decisiones por sí misma, y si no va al cole, al final solo deciden otros por ella.

Durante su infancia y juventud les van poniendo unos collares que simbolizan el “valor” que tienen. Después, esos collares se entregan al hombre a cambio de cabras, camellos u otros bienes. Todo eso me indignaba mucho.

Claro, si se las educa, corren el riesgo de que elijan caminos que no encajan con lo que ellos quieren. Eso es, en el fondo, miedo a la libertad de ellas.

Exacto. A mí me enfadaba, claro. Hablando con las hermanas, me contaban que algunas chicas llegan incluso a ir a la universidad. Pero cuando vuelven a Kaikor, muchas veces repiten el mismo patrón, porque la presión social y cultural es muy fuerte. Allí también se da bastante la poligamia por parte de los hombres.

Aun así, tanto las hermanas como los sacerdotes nos decían que, poco a poco, la cosa va cambiando. Muy despacio, pero hay pequeños pasos.

Has hablado de relaciones, de conversaciones… ¿Has podido hablar con la gente de Turkana más allá de lo práctico? ¿Dirías que has dejado amigos allí?

Sí, sin duda. Para mí, lo más importante que me llevo de allí son las relaciones que he construido con distintas personas. He tenido la oportunidad de hablar con muchos de ellos, que me contaran su vida, compartir la mía, poner en común nuestras alegrías y nuestras preocupaciones.

Me llevo sobre todo a los niños, a las hermanas y a varias personas de la comunidad a las que he cogido mucho cariño.

¿Sientes el deseo de volver?

Sí. Y más que un deseo, es casi una necesidad: la de seguir aprendiendo y, en cierta medida, formar parte de esa comunidad.

Antes de irte ya tenías curiosidad por la misión, habías buscado información por tu cuenta y también hiciste la formación de la Delegación de Misiones de la Diócesis de San Sebastián. ¿Crees que ese conocimiento previo te ayudó a integrarte mejor y a comprender lo que ibas a vivir?

Sí, mucho. Porque es fácil ir con la mentalidad de “voy a llegar y lo voy a cambiar todo” y luego te das cuenta de que no cambias nada. Creo que gracias a la formación iba bastante bien colocada en ese sentido: era consciente de a qué iba, de que la misión pasa más por aprender, acompañar y colaborar que por “salvar” nada.

¿Y cómo fue la vuelta? Después de un mes en Kaikor, en Turkana, pasas de una realidad de misión, silencio y ayuda sencilla a otra de trabajo, ruido, prisas, coches… ¿Notaste un shock al regresar?

Sí, la vuelta fue bastante chocante. Nada más llegar empecé a trabajar y aquí había cosas que requerían mi atención inmediatamente. Sentí como si tuviera que olvidarme de lo que había vivido allí para centrarme solo en lo de aquí.

Durante un tiempo estuve más enfadada de lo normal, más descolocada. Pero poco a poco todo se va ordenando: vas integrando la experiencia, dándole un sitio dentro de tu vida.

Pensemos en quienes nos escuchan y quisieran implicarse, como tú, en los proyectos misioneros de la diócesis. ¿Cómo pueden ayudar de manera concreta? ¿Qué formas de colaboración existen con la Delegación de Misiones y con el proyecto de Kaikor?

Creo que todas las formas de colaborar son valiosas. Hay que quitarnos la idea de que solo sirve quien puede ir físicamente a la misión. Muchos proyectos se sostienen desde aquí.

Cada uno puede aportar como pueda: con oración, con ayuda económica, con tiempo, dando a conocer los proyectos… Lo importante es no quedarse indiferente.

Y una última pregunta. Si tuvieras que definir en una sola palabra o en una sola expresión lo que has sentido estando allí, ¿cuál sería?

Diría: “Estaba donde quería estar”.

 

La próxima semana estará disponible en elizagipuzkoa.org toda la información sobre el curso de formación misionera de la Diócesis de San Sebastián para el año 2026, un itinerario que comenzará en enero y que está abierto a todas aquellas personas que deseen profundizar en la misión, discernir cómo implicarse y preparar con seriedad una posible experiencia misionera.