Domingo de Ramos
Homilía de Mons. Fernando Prado
Catedral del Buen Pastor (San Sebastián).
13 de abril de 2025.
Anai-arreba maiteok:
Erramu igandea ospatzen dugu eta horrela hasiera ematen diogu gure Aste Santuari. Esta Liturgia suscita cada año en nosotros cierto sentimiento ambigüo. En el pórtico de la Semana Santa, el día de Ramos nos hace pasar de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén, al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado. Sentimendu hau bestaldetik, sakona da. Sakontasun hau gure bidelagun izango da Aste Santu osoan zehar.
Nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta, en cierta medida, lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén. Dejemos que la Semana Santa que vamos a celebrar nos hable, nos sorprenda y nos introduzca en este misterio.
Ireki ditzagun gure bihotzeko begi eta belarriak. Al escuchar los relatos que nos ha propuesto la liturgia de este día podemos pensar: ¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? Quizá es que aquellas personas tenían una idea irreal de lo que significa realmente ser Mesías. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración busca cumplir los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro nos hace permanecer abiertos a la novedad que nos viene de él.
También hoy hay muchos que admiran a Jesús, admiran al lider y al profeta que habla bien, admiran su ejemplo moral, tal vez. Miresten dute, baina bere bizitzak ez dira aldatzen. Jesus mirestea ez da nahikoa. Admirarle no es suficiente. Más allá de la admiración es necesario dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro y del asombro, al seguimiento, a querer vivir como él y a hacerlo.
Hoy hemos puesto la atención en el relato de la pasión de Jesús. Su cruz nos invita, nos desafía, nos da qué pensar. Jesús se entrega por nosotros con todas sus consecuencias para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Lo hace para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para rescatarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento.
Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad. Y así, los creyentes, tomamos nueva conciencia de que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz hoy están juntas.
Miremos al Crucificado y digámosle: “Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!”. Gurutzeari begira esan dezagun: Jauna, Ze handia da zure maitasuna nirekin. Ze baliotsua naizen zuretzat! Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, para redescubrir la grandeza de la vida que no es otra que la de descubrirse amados.
Jesús acepta hoy que lo aclamen, aun sabiendo que le espera la crucifixión. Y no nos pide que lo contemplemos sólo en las imágenes de la procesiones, en los cuadros o en las fotografías. No. Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy sufren como él, sufren a causa de un trabajo indigno, sufren por los dramas familiares, por los abusos de todo tipo, por las enfermedades… Está presente en quienes sufren a causa de la guerra, de los intereses que mueven las armas, en quienes están pisoteados en su dignidad, solos, descartados… Jesús está en ellos, en cada uno de ellos, y, en esos rostros desfigurados, relama que le miremos, lo reconozcamos, lo amemos.
Altza dezagun gure begirada Aste Santu honetan. Miremos a la cruz para recibir la gracia del estupor que produce en nosotros el misterio. Dejemos hoy que los personajes de la Pasión susciten en nosotros a lo largo de estos días las preguntas vitales que no podemos evitar hacemos.
Anai-arreba maiteok, begira dezagun Jesus Gurutzean, eta esan diezaiogu: “Benetan, Jainkoaren Semea zara”, “Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.
Os invito en esta semana a mirar a menudo esta Cruz de Jesús para aprender ahí el amor humilde, que salva y da la vida, que nos ayuda a renunciar al egoísmo y al pecado. Os invito también a mirar a los personajes que aparecen en las lecturas de estos días, sus actitudes, cómo se sitúan ante Jesús.
Contrastemos sus vidas con la nuestra. Y, sobre todo, fijémonos en Jesús. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender al menos un poco este misterio de su anonadamiento por nosotros en la Cruz; y así, en silencio, contemplemos el misterio de un Dios que no puede más que amar.
Que así sea.