Entrevista a Ángel Cordovilla: “Somos hermanos entre hermanos”
El pasado viernes, se emitía en El Espejo de Gipuzkoa la entrevista realizada al sacerdote y teólogo, Ángel Cordovilla Pérez, con relación a las cuatro conferencias que impartió en Gipuzkoa dirigidas a laicas/os y sacerdotes. Se trataron aspectos como el contexto cultural y eclesial del ministerio apostólico, las dimensiones fundamentales del ser sacerdotal, la vida y el ejercicio del ministerio o la necesaria renovación para la misión.
Ivan Benko. Para empezar, una pregunta muy directa: ¿vivimos en una época poscristiana?
Ángel Cordovilla. Respondo también de forma directa, sí. Y el poscristianismo, que es un término que se lleva ya unos años utilizando, tiene fundamentalmente dos significados. El primero, neutro, expresa, desde un punto de vista temporal y cronológico, que el cristianismo ha sido un elemento determinante en la sociedad y en la cultura, y que hoy ya no lo es. El segundo sería el de una expresión un poco más moral. Es decir, no se trata solo de que la sociedad cronológicamente ya no esté situada en el cristianismo como realidad fundamental que configura la existencia, sino que quiere ser una sociedad que supere al cristianismo. En ese sentido, ya no de secuencialidad, sino de superación y superación en el en el orden de los valores, de la verdad, superación en aquello que precisamente el cristianismo ha configurado. En este sentido, en esta segunda perspectiva es lo que se puede entender a lo mejor como una sociedad que no quiere ser cristiana.
I.B. Hablabas de superar el cristianismo…, pero ¿cuál es la tendencia general? ¿Buscar una superación o directamente una confrontación?
A.G. No, en realidad, la tendencia general yo la veo más bien como una constatación de un hecho: no hay una voluntad explícita de confrontar o situarse en frente, aunque sí hay autores que así lo formulan. Pero para el conjunto de las personas es simplemente que el cristianismo, sobre todo como experiencia religiosa, ya no tiene ninguna significación en su vida personal. En este sentido, el cristianismo forma parte de la sociedad como otras realidades, pero no como la realidad configuradora. Sí que nos encontramos algunos aspectos, como en el ámbito de la comprensión del ser humano o, por ejemplo, de la sexualidad, donde ahí sí que de alguna manera se quiere claramente superar e ir contra una determinada visión del ser humano. Pero yo no diría que esa es la inmensa mayoría.
I.B. El cristianismo es un movimiento humanista, pero tal vez ahora vivimos una época transhumanista o posthumanista.
A.G. Claro, el transhumanismo claramente afecta a la raíz de la comprensión del ser humano, y la sociedad ha comprendido al ser humano desde una influencia cristiana. El matrimonio, la sexualidad, etc., hasta hoy eran pensados desde una influencia cristiana. Entonces, efectivamente, el transhumanismo de alguna forma es un intento de no solo ya superar al cristianismo, sino que incluso también toda la tradición, digámoslo así, cultural y filosófica grecorromana que ha configurado hasta hoy a Europa.
IB. Entre estas nuevas realidades, hay autores que hablan de “sacerdotes rotos”, por ejemplo, pero tú prefieres hablar de que nos encontramos en “distintas encrucijadas”? ¿Cuáles son?
A.G. El cristianismo ha dejado de ser esa realidad que configure la vida de las personas, pero todavía no tenemos otra realidad determinante que lo sustituya. Probablemente, el momento actual sería el del, casi me atrevería a decir, pluralismo radical. Nos encontramos en un cambio de época donde todavía lo nuevo no ha terminado de configurarse. Entendemos que lo que lo viejo, que lo antiguo, que lo que nos ha precedido, ya no nos vale, no nos sirve, pero no estamos todavía en el momento donde esa novedad, por así decir, ya se ha configurado. Ahí me ponías la expresión de “sacerdotes rotos”, por ejemplo, que es un término que utilizó un obispo francés para hablar de la experiencia de algunos sacerdotes en la actualidad. Yo no soy tan radical, no creo que estemos rotos, pero sí es cierto que vivimos una serie de encrucijadas. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que la vocación sacerdotal, fundamentalmente, es una vocación célibe en un contexto cultural donde el celibato casi no se comprende. En otra de las encrucijadas nos ha situado el Papa Francisco: siempre hemos entendido que la tarea de representación y gobierno de la Iglesia se dirigía hacia los sacerdotes. Eso hoy lo tenemos que vivir en un contexto donde a la vez tenemos que ser conscientes que somos hermanos entre hermanos. Es decir, esa autoridad tiene que ser vivida en una Iglesia fraterna. Francisco lo ha denominado “sinodalidad”. Eso también genera una cierta tensión y encrucijada en muchos sacerdotes, porque la historia traía que el ejercicio del Ministerio tenía que ser eminentemente de forma, digamos autoritaria, y hoy, sin embargo, a la vez que eso tenemos que realizar un ministerio enraizado en la vida de la comunidad cristiana.
I.B. Esta época, sin duda de transición, crea conflictos y diría que incluso sufrimiento. No obstante, hay una parte esencial del cristianismo es la búsqueda constante. Ese estar vagando en busca siempre de una mirada renovada que te acerque más a la verdad. Entonces, pese a los sinsabores que te pueda crear como cristiano esta situación, también es esperanzador que continuamos este camino de búsqueda, incluso en un entorno fragmentado o polarizado de “modernidad líquida”, ya que a buen seguro también traerá muchos descubrimientos interesantes y que los cristianos puedan sentir de buen provecho para sus vidas.
A.G. Sí, tienes razón, todo tiempo es tiempo de gracia. La expresión que utilizamos habitualmente en el mundo cristiano es la expresión kairós, que significa “tiempo favorable”. Entonces, en ese sentido, un Cristiano nunca puede mirar hacia atrás con nostalgia, ni tampoco estar ahí pendiente de una especie de futuro que no sabe si terminará por llegar. O sea, Dios nos ha dado a cada uno de nosotros este único tiempo, y por lo tanto nosotros debemos encontrar en estas circunstancias concretas en las que vivimos la presencia de Dios, aquello que llamamos “gracia”, tiempo favorable, tiempo oportuno, tiempo de salvación… Entonces yo no soy nostálgico del pasado, ni de esos que digan que hay que cruzarse de brazos y esperar a que a que venga un futuro mejor. Hay que intentar en el momento actual, en las circunstancias en las que nos ha tocado vivir, encontrar esa presencia de Dios, para así anunciarla y ofrecérsela a otros contemporáneos. Por ejemplo, tú citabas un texto de la carta a los hebreos a la cual hace también referencia la primera carta de Pedro, donde efectivamente, al final, el cristiano, en el mundo, se sabe ciudadano de este mundo, pero, por otro lado, extranjero en este mundo. Esta no es nuestra morada permanente, sino que vamos en busca siempre de esa, como dice el texto de la escritura, Jerusalén Celeste o Jerusalén Celestial. No es cuestión de evadirnos, sino de ser conscientes de que ningún tiempo histórico es capaz de articular la totalidad que posee el Evangelio. En el fondo, siempre seremos peregrinos y habitamos este mundo en forma de peregrinos, como caminantes. Por lo tanto, debemos amar este mundo en el que nos toca vivir, sabiendo que Dios es más grande que todo lo que podamos hacer en esta circunstancia histórica. Y una vez asumido esto, después cabría preguntarse qué valores, qué grietas y qué oportunidades nos ofrece la cultura actual. Para ofrecer el Evangelio, para ser cristianos con gozo, alegría y serenidad, también debemos ser conscientes de las dificultades. Y, por ejemplo, el pluralismo es algo que nosotros tenemos que pensar que está querido por Dios y que incluso lo ha posibilitado el propio cristianismo. Y ahí los cristianos sí que podemos reivindicar que no tendremos la última palabra sobre las cosas del mundo, pero sí tenemos una palabra propia y específica que tenemos el deber de decir, y que también la cultura actual nos tiene que dejar la libertad para expresarla libremente.
I.B. Me parece muy interesante la afirmación de que ninguna época histórica es capaz de representar en plenitud el Evangelio. Entiendo que cada época puede ser útil para representar una parte del Evangelio. Ahora mencionabas la pluralidad también como algo positivo a tener en cuenta, y quiero preguntarte sobre la “verdad”. Si de algo se enorgullecen los cristianos, es de tener una verdad, y antes esa verdad era aceptada. Hoy, en cambio, parece estar en una lucha con otras muchas verdades. ¿Cómo se puede hacer valer esa verdad cristiana que tiene que dialogar con otras, para que sea escuchada sin que tenga un carácter agresivo o de confrontación, como cuando se usaban las armas para decir “esta es mi verdad”? ¿Cómo se trabaja ese equilibrio entre ser dialogante y hacerse escuchar?
A.G. Es inescindible el binomio de libertad y verdad. No podemos defender una verdad, por muy verdad que sea, yendo contra la libertad del ser humano. Y a la inversa, lógicamente, una libertad en el vacío tampoco tiene fundamento, ya que ha de enfocarse, al menos, en la búsqueda de una verdad. No podemos volver a caer en una época donde decíamos que “lo importante es la verdad y me da igual quién esté delante, que le voy a ofrecer la verdad o mi verdad”. No, tiene que ser siempre una invitación a la libertad; no se puede imponer ni siquiera la verdad más sagrada, la realidad de Dios. Recuerdo a Benedicto en su famoso discurso de Ratisbona: “La fe no puede imponerse, porque nunca es un sacrificio de la libertad. Es la libertad la que tiene que recibir y acoger”. Ese es un orden de principio que así debe mostrarse en nuestra actitud fundamental. Y, además, con la conciencia también de que nosotros no poseemos la verdad. Es la verdad la que nos posee a nosotros, porque para nosotros, los cristianos, la verdad es Dios y la verdad es Cristo. Pero nosotros no tenemos dominio sobre Él, sino que nos hemos entregado a Él, y por lo tanto yo camino en búsqueda hacia la verdad junto con otros. Esta idea, efectivamente, es lo más lejano a ese Clericalismo que existe entre el clero, pero también entre muchos cristianos. Se llama “clericalismo” porque los mayores exponentes son los clérigos, pero es una comprensión de la Iglesia cerrada sobre sí misma en su estructura y comprensión. Con esa actitud no puedes abrirte a que tal vez otro te enseñe algunos rasgos de la verdad de Dios que tú a lo mejor los habías olvidado. Me vienen a la mente autores como Gianni Vattimo, que nadie se escandalice con él, que nos ha ayudado a hacer hincapié de nuevo en el Dios humilde, encarnado, el Dios que no se impone…
I.B. …y muy dialogante, que es lo que más me sorprendió cuando lo leí hace unas pocas semanas. Vattimo plantea cómo ser Cristiano en el siglo XXI y la importancia de ese diálogo que no puede faltar y que cuestiona la imposición de dogmas, como tal vez se hizo en otro tiempo, ya que hoy la sociedad es distinta, y el Dios del que tenemos que hablar no es distinto, porque es el mismo, pero se hace necesario replantear qué mensaje se adapta al tiempo actual para poder extender el mensaje fundamental.
A.G. Sí, incluso yo ahí añadiría, que, mientras el cristianismo sea fiel a su origen, a Cristo y al Evangelio, siempre habrá elementos contraculturales. Recordemos que ninguna cultura se identifica absolutamente con el Evangelio, ni tampoco el Evangelio determinará completamente una cultura concreta. Tenemos que aceptar un desfase, una distancia, una diástasis: el Evangelio siempre será contracultural, y con ello los cristianos tendremos que aprender a vivir y padecer. Ni siquiera podemos pensar que la sociedad medieval, que estuvo configurada fundamentalmente por lo cristiano, en su totalidad expresó el Evangelio, sino que siempre hay algún elemento contracultural. No hay que buscarlo o subrayarlo excesivamente, pero tampoco lo podemos obviar. Entonces yo creo que ese es realmente el diálogo, caminar con otros en la búsqueda de la verdad, donde uno mismo sabe que no puede abdicar ni renunciar a elementos indispensables de su identidad, pero efectivamente, nunca imponiéndose a los otros. Cristo no impuso el Evangelio absolutamente a nadie. Al revés, padeció e incluso se dejó matar, o sea, en la más absoluta vulnerabilidad. El fondo, ese es el camino que nos marca Cristo.
I.B. A algunos, esta llamada al diálogo les sonará a subjetivismo y posmodernidad, a abandonar verdades y dogmas que protegían a la religión. ¿Podría contestárseles a estas personas que la verdad siempre te hará libre y que es la ideología —el sentido de que la idea te posea a ti en vez de tú a la idea— la que te apresará? Donde la verdad se encuentra, no tiene sentido imponer una ideología, ya que, la verdad, desde el diálogo y desde el amor, va a hacerse camino.
A.G. Parafraseando un texto de la Carta a los Gálatas, “donde está el espíritu, allí está la libertad”. Es decir, la verdad, al menos comprendida desde el punto de vista cristiano, engendra libertad, y solo desde ella pide ser recibida. El problema es que somos propicios a confundir la verdad con unas ideas determinadas, con una configuración determinada que han tenido afirmaciones de distintos dogmas, pero la verdad está siempre más allá. Y, en un sentido, la posmodernidad no en todo ha sido mala, porque dice, y con razón, que siempre la mirada del hombre es relativa. Y así es la nuestra, con la capacidad para ver unas cosas y no ver otras… Y eso no significa abdicar de la verdad, pero sí ser conscientes de que nuestra comprensión de la verdad es histórica. Siempre está en camino. Yo aquí recuerdo el Evangelio de Juan, donde el Espíritu precisamente es dado para conducir a los discípulos hasta la verdad completa. Por lo tanto, si esta etapa de la historia que llamamos posmoderna, en un en un concepto análogo al de poscristiano, nos ayuda a entender que estamos en camino a la búsqueda de la verdad y no la poseemos para arrojársela a los demás, pues ahí encontramos una palabra que Dios nos dice a los cristianos hoy. Por supuesto, esto no significa un relativismo radical donde ni siquiera podamos dialogar en torno a la verdad, solo volvernos conscientes de que nosotros no la poseemos totalmente.
I.B. Para concluir la entrevista, antes mencionabas a Vattimo… ¿Qué autores o libros le recomendarías a los interesados para que puedan seguir profundizando en esta nueva Iglesia y en cómo transmitir el Evangelio en el siglo XXI?
A.G. Todo depende. Por un lado, yo soy un gran defensor de la gran tradición de la Iglesia, y me parece un error, que a veces cometemos, olvidarnos de los gigantes que han fecundado la tradición cristiana: de Gregorio de Nisa, de Agustín de Hipona, de Juan de la Cruz, de Ignacio de Loyola… Hay que ir al gran tesoro de la tradición cristiana. Luego, lógicamente, también hay que aprender de autores que no sean cristianos. Por ejemplo, yo he aprendido mucho de Nietzsche, y especialmente por sus críticas al cristianismo —no para aceptar sus teorías, sino precisamente para encontrarme un interlocutor que incluso rechaza la experiencia propia del cristianismo—, ya que a mi parecer fue un autor bastante fecundo que además se tomaba la vida en serio…
I.B. En su juventud, tenía incluso la vocación de ser sacerdote.
A.G. Sí, su vida cambió radicalmente, aunque es verdad que ahí su experiencia personal y familiar influyó mucho… Lo que yo digo es que hay que ir a los grandes de la tradición cristiana, y también a sus grandes críticos. Hay algunos que se llaman ateos y que escriben libros contra el cristianismo que dan risa. Para empezar, porque lo primero que no se toman en serio es su propia vida, y luego el cristianismo. Yo quiero un crítico que plantee preguntas serias y que también me tome en serio a mí. Luego, autores como el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, uno de los últimos grandes teólogos del siglo XX, mostró en su pontificado que el cristianismo tiene una pretensión de verdad que no contraría la libertad del ser humano y que resulta salvífica en el contexto poscristiano actual.