Se trata de un escudo modelo «español» (redondeado en la base con la forma de un arco de medio punto invertido), de partición terciada acortinada. En el primer campo de sinople, la Sagrada Escritura de plata con alfa y omega de gules, surmontada a una cruz griega de gules. En el segundo campo, de gules, una paloma en plata nimbada por una llama de oro. En el campo de la punta, de azur, una estrella de siete puntas de plata, sobre un puente colgante de plata sostenido por fajas ondadas de plata y azur.
Ornamentos exteriores: como obispo, capelo de sinople acompañado de un cordela seis borlas de lo mismo a cada lado, dispuestas en tres órdenes. El escudo brochado sobre una cruz episcopal de procesión (de travesaño simple) de oro. Por divisa, «In Corde Matris».
El conjunto del Escudo se compone de tres grandes elementos:
- La Sagrada Escritura, con alfa y omega, sobre la cruz de la que asoman los cuatro brazos representa a Jesucristo, Verbo eterno que se hizo carne en María y habitó entre nosotros (cf. Jn 1,14). De este modo, se ha convertido en Palabra de vida y salvación. El amor de Dios se ha manifestado de forma suprema en la Cruz y exige vivir a todos como testigos de Cristo. Él es «el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que vendrá» (Ap 1,8). Dios, que se revela como principio y fin de la historia, ha estado, está y estará presente y activo con su amor en las vivencias del pasado, el presente y el futuro de toda persona.
- La paloma en llamas representa el fuego del Espíritu Santo en el corazón del creyente. Este corazón en llamas evoca la «forma» o «definición» que san Antonio María Claret entregó a sus misioneros: «Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad». Todos estamos llamados a ser discípulos-misioneros que anunciemos el misterio íntegro de Cristo y llevemos al mundo el mensaje del Evangelio del Reino.
- La estrella de siete puntas, según la tradición heráldica, simboliza a la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. María es la Estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús y nos da la esperanza de poder vencer toda adversidad. Ella es la Estrella de la mañana, la estrella de la evangelización. El puente hace referencia a dos sentidos fundamentales: en primer lugar, a las raíces familiares que evocan el lugar de nacimiento del obispo (Las Arenas-Bizkaia) y a esa imagen del Puente Colgante de Bizkaia o de Portugalete, tantas veces contemplada desde niño; y, en segundo lugar, a la misión del pastor diocesano como «pontífice», constructor de puentes de comunión entre todos los fieles a él encomendados y, al mismo tiempo, de la Iglesia local que preside con el resto de la Iglesia universal y, en particular, con el sucesor de Pedro, obispo de la Iglesia de Roma, que preside a todas las iglesias en la caridad.
Finalmente, la divisa episcopal (el lema) In Corde Matris, está tomada de la rica herencia congregacional claretiana. Con esta expresión se han firmado en el pasado y se continúan firmando hoy las cartas que constituyen el fraterno intercambio epistolar. Consagrado como Hijo del Inmaculado Corazón de María, en estas tres palabras se quiere condensar la relación de la santísima Virgen María y la Iglesia. Como ya enseñó san Ambrosio y nos recuerda el concilio Vaticano II, «la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo» (LG 63). Por ello, la Iglesia, contemplando la profunda santidad de María, imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad y, de este modo, «conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera» (LG 64). Al mismo tiempo, decir «en el corazón de la Madre», significa imprimir en un mundo, en tantas ocasiones herido y fracturado, el sello de la cordialidad materna que es cercanía, compasión y ternura para que todos puedan experimentar el amor de Dios y el cuidado maternal de la Iglesia.
En palabras de D. Fernando:
«In Corde Matris es una frase muy claretiana. Así firmamos las cartas los misioneros en mi Congregación, al igual que lo hacía San Antonio María Claret. En esa frase está el deseo de ofrecer así el Evangelio: mirando a la gente como una madre mira a sus hijos para darles lo mejor que tiene. Lo que caracteriza a la Virgen María es, sobre todo, su ser madre, su ternura. La Iglesia tiene en ella su mejor imagen y el mejor espejo en que mirarse. Creo que la Iglesia ha de mirar más a María y, como ella, ser madre para con todos, fundamentalmente una madre llena de ternura».