Ordenación Diaconal de Enrique Ormazabal Echeberria: Un Paso Más en el Camino del Servicio
La catedral del Buen Pastor fue escenario de una solemne y emotiva celebración en el Día de la Santísima Trinidad, una fiesta litúrgica que, como recordó el obispo D. Fernando Prado, nos invita a reflexionar sobre el misterio de Dios, siempre “mucho más grande que lo que nuestras pobres palabras pueden describir”. En este contexto, Enrique Ormazabal Echeberria fue ordenado diácono por la imposición de manos del obispo, un evento significativo que marca un hito en su camino vocacional.
Antes de dar comienzo a la celebración, se repasaron los cantos del Gloria y el salmo. Tras una bienvenida a los presentes, se enfatizó que “Cristo el servidor continúa llamando y repartiendo diversos dones y carismas al servicio de la Iglesia de Dios”. La liturgia continuó con lecturas bíblicas, incluyendo un pasaje del libro de los Proverbios sobre la sabiduría de Dios y carta del apóstol San Pablo —leída por su hermano y la novia de su hermano respectivamente—, culminando con el Evangelio de San Juan, donde Jesús habla del Espíritu de la Verdad.
La Homilía del Obispo: El Diaconado como Servicio y las Cuatro Cercanías
El Obispo se dirigió en su homilía a los sacerdotes, familiares, amigos y la comunidad congregada, y destacó la alegría de la jornada para Enrique y para todos quienes lo acompañan, señalando que su ordenación es “un pequeño hito en el camino” y “un paso más” en su vocación al ministerio presbiteral.
El Obispo explicó la naturaleza del diaconado de Enrique:
- Es un “tiempo de tránsito” que lo prepara para el ministerio presbiteral, siendo un “ministerio de paso obligado” aunque sea transitorio en su caso, profundiza en el “significado profundo de todo ministerio ordenado en la Iglesia”.
- Como diácono, Enrique tendrá la “responsabilidad que te da la Iglesia para ayudar al obispo y a los demás sacerdotes en el anuncio de la palabra, en la asistencia litúrgica en algunos ritos y sacramentos y sobre todo como quiere la Iglesia de los Diáconos en el servicio y ayuda a los pobres”, enlazando con la tradición más genuina de la Iglesia.
- El obispo enfatizó que “Ser diácono significa ser servidor, representar ante la comunidad sacramentalmente a Cristo servidor que no vino a ser servido sino que vino a servir”. Subrayó que esta es la naturaleza más profunda de todo ministerio ordenado.
- Citando a San Agustín, el Obispo recordó el principio “Cum vobis pro bobis” (con vosotros soy cristiano, para vosotros obispo), que significa que el ministerio es un “servicio en, con y para la comunidad”. Advirtió contra el clericalismo, que surge cuando se malinterpreta el “pro bobis” como poder personal, en lugar de un “para los demás estoy a vuestro servicio”. La verdadera autoridad, dijo, será una “autoridad moral, no un mero poder”, conquistada por la “santidad de tu vida” y el “celo pastoral”: el “celo por servir, el celo por atraer a todos a Dios, por acompañar sobre todo a quienes más lo necesitan a los más pobres, a los más enfermos”.
Finalmente, el Obispo ofreció cuatro consejos cruciales, denominados las “cuatro cercanías” del Papa Francisco:
1.“Vivir siempre cerca de Dios”: a través de la oración personal y diaria, pues un ministro ordenado necesita estar con Dios para no “desorientarse del camino”.
2.“Cercanía con la Iglesia” y “con tu obispo”: para encontrar apoyo y garantizar la unión con la Iglesia diocesana y universal.
3.“Cercanía con tus hermanos ministros sacerdotes y diáconos”: ya que “Nunca es ni sano ni bueno querer caminar solos”, y es esencial compartir la vida y ayudarse mutuamente.
4.“Cercanía al pueblo de Dios”: el pueblo es la “ubicación fundamental” del ministro, quien de él recibe la fe. El Obispo destacó que “Un pastor sin su pueblo… no es nunca nada” y que “Nunca te faltará el cariño de tu pueblo si tú te entregas con amor y vives el servicio con cariño hacia ellos”.
El Obispo concluyó su homilía pidiendo a Enrique que, como diácono, enseñe a todos la importancia de servir y que ayude a su párroco en Bergara.
Rito de Ordenación y Consagración
La ordenación propiamente dicha comenzó con la presentación del candidato. El rector del seminario, Juan Pablo Arostegui, presentó a Enrique Ormazabal Echeberria al Obispo, quien, tras consultar al pueblo cristiano, dio testimonio de su capacidad y lo eligió para el orden de los diáconos.
Siguió el escrutinio, donde el obispo formuló a Enrique una serie de preguntas solemnes, a las que este respondió con un firme “Sí quiero” o “Sí lo prometo”:
Finalmente, Enrique prometió respeto y obediencia al Obispo y sus sucesores. Tras la letanía de los santos, el Obispo procedió a la imposición de manos, el gesto central de la ordenación, seguido de la oración consecratoria. En esta oración, Mons. Fernando Prado suplicó a Dios que enviara sobre Enrique su Espíritu Santo para que, “fortalecido con tu gracia de los siete dones, desempeñe con fidelidad el ministerio”. Rogó que “resplandezca en él un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por los pobres y los enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales”, para que, imitando a Cristo que vino a servir, merezca reinar con Él en el cielo.
Luego de la oración, se realizaron dos signos simbólicos: Enrique se revistió con las vestiduras propias del diácono (la estola cruzada y la dalmática). Posteriormente, D. Fernando Prado le entregó el Libro de los Evangelios, encomendándole “que convierta en fe viva lo que lee, enseñe lo que cree y viva lo que enseñe”.
Liturgia Eucarística y Agradecimientos
La ceremonia continuó con la liturgia eucarística, donde el Obispo, en la plegaria eucarística, recordó a Cristo como sacerdote eterno y siervo obediente, fuente de todo ministerio, y pidió la paz y la unidad para la Iglesia.
Finalmente, Enrique Ormazabal Echeberria, visiblemente emocionado, tomó la palabra para agradecer a Dios por “rescatarme del abismo, dar sentido a mi vida, regalarme esta vocación y por amarme incondicionalmente”. Expresó su gratitud a la Virgen, a su familia (especialmente a su abuelo José Mari por la Eucaristía, a su “amona Mañoli” por desear un nieto fraile, y a sus padres por enseñar la voluntad de Dios), a sus hermanos, a los obispos que lo acompañaron, a su “cuadrilla”, a profesores y compañeros de diferentes instituciones, y a las diversas parroquias y comunidades que lo acogieron, incluyendo la comunidad del Camino Neocatecumenal por inculcarle “un amor profundo por la palabra de Dios”, y agradeció también a los grupos de Efeta y Emaus por su acompañamiento. Subrayó que “la vocación sacerdotal no conduce a una vida triste sino llena de alegría” y que es el Señor quien capacita para la misión, prometiendo su auxilio y nunca dejando solos.
La celebración concluyó con anuncios sobre las próximas solemnidades de Corpus Christi y la novena al Sagrado Corazón, y una invitación a un “lunch” para saludar a Enrique, culminando con la bendición final.
- Puedes ver todas las fotos en Flickr